El cielo de Oakland estaba pintado de tonos grises aquella tarde de otoño, con nubes pesadas que anunciaban una lluvia inminente. Stephen Curry, el base estrella de los Golden State Warriors, conducía su elegante Range Rover negra por las calles familiares de la ciudad. Acababa de salir del Chase Center tras una agotadora sesión de entrenamiento; sus músculos dolían por las horas de ejercicios, pero su mente estaba aún más cargada pensando en las estrategias para el partido contra los Lakers ese fin de semana.
Mientras ajustaba el volumen del pódcast de baloncesto que sonaba por las bocinas del auto, las primeras gotas de lluvia comenzaron a salpicar el parabrisas. Buscando evitar el tráfico pesado de la autopista, Curry optó por una ruta alternativa a través del Este de Oakland, un vecindario que conocía bien desde sus primeros años con los Warriors, antes de que la franquicia se convirtiera en una dinastía de la NBA.
Las calles estaban más silenciosas de lo habitual, y la lluvia comenzaba a intensificarse. Al detenerse en un semáforo, la mirada de Curry se desvió hacia los negocios que bordeaban la calle: una vieja barbería, una tienda de abarrotes en la esquina y una lavandería con un letrero de neón que parpadeaba. Fue entonces cuando sus ojos se posaron en una parada de autobús, donde una figura solitaria se acurrucaba contra el viento.
El cielo de Oakland se teñía de tonos grises aquella tarde otoñal, con nubes densas que anunciaban una inminente lluvia. Stephen Curry, la estrella de los Golden State Warriors, conducía su elegante Range Rover negro por las calles familiares de la ciudad. Acababa de salir del Chase Center tras una agotadora sesión de entrenamiento; sus músculos dolían tras horas de ejercicios, pero su mente estaba aún más ocupada pensando en estrategias para el próximo partido contra los Lakers ese fin de semana.
Mientras ajustaba el volumen del pódcast de baloncesto que sonaba en los altavoces, las primeras gotas de lluvia comenzaron a salpicar el parabrisas. Para evitar el tráfico de la autopista, Curry optó por una ruta alternativa a través del este de Oakland—un vecindario que conocía bien desde sus primeros años con los Warriors, antes de que la franquicia se convirtiera en una dinastía de la NBA.
Las calles estaban más tranquilas de lo habitual y la lluvia comenzaba a intensificarse. Al frenar en un semáforo, la mirada de Curry se desvió hacia los negocios que bordeaban la calle: una barbería vieja, una tienda de abarrotes en la esquina, y una lavandería con un letrero de neón parpadeante. Sus ojos se detuvieron en una parada de autobús, donde una figura solitaria se encorvaba contra el viento.
Había algo familiar en la postura de ese hombre, en la forma en que sus anchos hombros se curvaban ligeramente hacia adelante. Curry entrecerró los ojos, reduciendo aún más la velocidad al pasar junto a la parada. El hombre vestía jeans deslavados, una sudadera gris sencilla y una gorra ajustada hasta las cejas, como si quisiera evitar ser reconocido.
No fue hasta que el hombre levantó brevemente la cabeza para mirar la lluvia que Curry sintió cómo su corazón se aceleraba. Ese perfil era inconfundible: era Jerome Davidson.
—Jerome… —susurró Curry para sí mismo, incrédulo.
Jerome Davidson había sido una promesa brillante—una selección de primera ronda y un base con una visión extraordinaria del juego. Compartió la cancha con Curry durante tres temporadas memorables, formando una dupla temida antes de que una devastadora lesión en la rodilla durante un partido en Denver pusiera fin, prematuramente, a su prometedora carrera en la NBA.
Curry recordaba los meses de rehabilitación, los frustrados intentos de Jerome por volver a través de la G-League y su breve paso por el baloncesto europeo, que finalmente no funcionó. Después de eso, Jerome prácticamente desapareció del mapa profesional. De vez en cuando se escuchaban rumores sobre problemas financieros, pero Curry, inmerso en su ascendente carrera y en sus responsabilidades como la cara de los Warriors, había perdido contacto con él.
Y ahora, ahí estaba—no en un penthouse de lujo ni manejando un auto costoso, sino esperando el camión bajo una lluvia cada vez más intensa.
Una decisión impulsiva
Sin pensarlo, Curry puso la direccional y se estacionó unos metros más adelante de la parada. A través del espejo retrovisor, observó a Jerome por unos segundos, organizando sus pensamientos. ¿Qué debía decirle? ¿Cómo acercarse a alguien cuya vida había dado un giro tan drástico?
La lluvia golpeaba con fuerza el techo del Range Rover cuando Curry respiró hondo, apagó el motor y salió al frío. Las gotas le azotaban el rostro mientras caminaba con decisión hacia la parada, con el corazón palpitando con fuerza.
Jerome alzó la vista, reconociendo solo la silueta al principio. Cuando se dio cuenta de que era Curry, su rostro pasó por una serie de emociones—sorpresa, alegría, y luego una vergüenza inconfundible. Se irguió y forzó una sonrisa que no alcanzó a tocar sus ojos.
—Steph… hermano, cuánto tiempo —dijo Jerome con cautela, extendiendo la mano.
Curry ignoró el gesto formal y lo abrazó con fuerza.
—Jerome Davidson. No puedo creer que seas tú —dijo Curry, alejándose un poco para observar mejor a su excompañero.
La lluvia caía con más intensidad.
—Mira, hay una cafetería en la esquina —sugirió Curry—. ¿Qué te parece si nos ponemos al día un rato? ¿Cuánto ha pasado—¿cinco, seis años?
Jerome miró al autobús que se acercaba, visiblemente incómodo.
—De hecho, tengo que tomar ese…
Curry insistió con suavidad.
—Entonces te llevo a donde necesites ir.
Una charla entre cafés
Minutos después, estaban sentados en un rincón tranquilo de Eastside Coffee, un lugar modesto pero acogedor. La barista, una mujer de mediana edad, reconoció a Curry, pero respetuosamente se mantuvo al margen después de servirles: un americano para Steph y un capuchino para Jerome.
—Entonces… —comenzó Curry tras un momento de silencio incómodo—, ¿cómo te ha ido?
Jerome miró su taza por unos segundos antes de responder.
—No te voy a mentir, Steph. No ha sido fácil.
Tomó un sorbo de su capuchino.
—Crees que estás preparado financieramente, que invertiste bien, que confiaste en la gente correcta… hasta que un día te das cuenta de que no fue así.
Jerome empezó a contar su historia: inversiones fallidas en una cadena de gimnasios que nunca se concretó, un asesor financiero que desapareció con una gran parte de sus ahorros, y un divorcio turbulento que consumió lo que quedaba en abogados y pensión.
Curry lo escuchaba con atención, mientras recuerdos cruzaban por su mente: Jerome guiándolo en su año de novato, enseñándole cómo lidiar con la presión y las críticas, y esas noches que se quedaban después de la práctica a perfeccionar sus tiros. Recordó aquel increíble partido contra los Lakers en 2013, cuando juntos sumaron 58 puntos y 15 asistencias, ganándose los titulares como la dupla más letal del Oeste.
—Y ahora estoy de regreso en Oakland —continuó Jerome—. Rento un cuarto en la casa de mi primo en Fruitvale. No es la vida que imaginé a los 35, pero aquí estoy, saliendo adelante.
Su voz cobró un poco de entusiasmo al hablar sobre entrenar niños en Lincoln Park Court, algo que realmente disfrutaba.
—Siempre he pensado en abrir una pequeña escuela de basquetbol, ¿sabes? Enseñar fundamentos a chavos que no pueden pagar programas caros.
Pero su tono bajó de nuevo.
—¿Quién va a confiar en una escuela de basquetbol dirigida por un tipo que apenas puede pagar la renta, no?
Entonces compartió lo que más pesaba en su corazón.
—Mi hijo, Marcus… ya tiene 12. Tiene un tiro natural que me recuerda a ti cuando empezabas, Steph.
Una sonrisa genuina iluminó brevemente su rostro antes de desvanecerse.
—Pero se lesionó la rodilla en un torneo escolar el mes pasado. El doctor dice que necesita cirugía para evitar problemas crónicos. Y el seguro básico que tengo no la cubre…
Jerome se detuvo, visiblemente apenado.
—Mira, no te estoy contando esto para pedirte nada. Solo… sentía que te debía una explicación.
Una idea toma forma
Curry lo escuchó en silencio, pero en su mente ya se estaba formando un plan. Una semana después, su oficina en el complejo de entrenamiento de los Warriors estaba llena de movimiento. En su escritorio había notas sueltas: nombres de ortopedistas de renombre, contactos de ejecutivos del equipo y un documento titulado Proyecto Segunda Oportunidad en letras grandes.
—Sí, doctor Wexler, entiendo que tiene la agenda llena, pero esto es muy importante —decía Curry por teléfono—. Necesitamos su experiencia con lesiones de rodilla en jóvenes atletas. Muchas gracias.
Mientras tanto, Jerome regresaba a casa tras un turno de 12 horas como guardia de seguridad, exhausto. Casi no notó el sobre color crema cuidadosamente colocado bajo su puerta. Dentro había dos boletos VIP para el próximo partido de los Warriors contra los Celtics, pases exclusivos al vestidor y una nota escrita a mano:
Trae a Marcus. Hay gente que necesitas conocer. – SC30
Un nuevo comienzo
Tres días después, Jerome y Marcus llegaron al Chase Center. La mirada de admiración en los ojos de Marcus al ver a Curry en persona era indescriptible.
Después del juego, Curry los presentó con el doctor Wexler, Bob Myers (gerente general de los Warriors) y representantes de la Fundación Curry.
—Ya está programada la consulta para Marcus la próxima semana —explicó Curry—. Todos los gastos corren por mi cuenta.
Antes de que Jerome pudiera reaccionar, Curry continuó:
—Y quiero ofrecerte un puesto como entrenador asistente en el programa juvenil de los Warriors.
Jerome se quedó sin palabras.
—Steph, yo… no puedo aceptar esto. Es demasiado.
Curry sonrió.
—No es caridad, Jerome. Es justicia… y legado. Tú me enseñaste mucho cuando yo era solo un novato inseguro. Parte de lo que soy hoy es gracias a ti.
La Academia Davidson-Curry
Ocho meses después, el viejo complejo deportivo de East Oakland estaba lleno de vida. La Academia de Basquetbol Davidson-Curry se había convertido en un centro para jóvenes atletas, ofreciendo no solo entrenamiento, sino tutorías académicas y programas de habilidades para la vida.
Jerome, ahora lleno de confianza, lideraba el programa junto a otros exjugadores que también habían superado tiempos difíciles. Marcus, ya recuperado, era una estrella en ascenso dentro de la academia, con un estilo de juego que combinaba la defensa de su padre y la precisión de tiro de Curry.
Durante la ceremonia de inauguración, Curry observaba desde la línea lateral cuando un reportero se le acercó y le preguntó por qué no había hecho público su papel en todo esto.
—Los verdaderos actos de bondad no necesitan reflectores —respondió Curry—. El valor está en las vidas que se transformarán aquí.
De un encuentro casual en una tarde lluviosa a la creación de un centro comunitario vibrante, la decisión de Curry de frenar su auto encendió una chispa de transformación. Juntos, él y Jerome habían construido algo mucho más grande que ellos mismos: un legado que inspiraría a generaciones por venir.