Al ver que su antiguo maestro, con 80 años, seguía trabajando como guardia en una escuela para mantener a su familia, Natanael Cano decidió hacer algo tan inesperado que cambió el día —y la vida— de todos los presentes
Durante una gira que lo llevó de vuelta a su tierra natal, Natanael Cano recibió una invitación especial: regresar a la escuela primaria donde estudió de niño. Pensó que sería una simple visita, pero al cruzar la entrada, algo lo detuvo en seco: un rostro familiar que no había visto en más de quince años.
Junto a la caseta de vigilancia estaba el profesor Ernesto, quien lo había enseñado cuando tenía apenas siete años. Hoy, con 80 años, el cabello completamente blanco y la espalda encorvada, seguía trabajando —pero no en un salón de clases, sino como guardia escolar. Desde la muerte de su hijo, el maestro aceptó ese empleo para poder mantener a sus tres nietos huérfanos.
El reencuentro fue un momento cargado de emoción.
—Usted fue el primero en decirme que soñar con la música no era una tontería —dijo Natanael con los ojos vidriosos.
—Y tú fuiste el primer niño que se atrevió a cantar frente a todos, aunque te temblaran las piernas —respondió el maestro con una sonrisa.
Esa noche, Natanael le contó la historia a su amigo cercano, Santa Fe Klan. Sin pensarlo dos veces, decidieron regresar juntos al día siguiente. Pero esta vez no solo como exalumnos… sino como portadores de una sorpresa que nadie esperaba.
Reunidos frente a todo el alumnado, docentes y directivos, Natanael tomó el micrófono:
—Hay maestros que no necesitan escribir su nombre en los libros, porque ya lo escribieron en el corazón de sus alumnos. El profe Ernesto es uno de ellos.
En ese momento, le entregó un sobre con una suma suficiente para que pudiera jubilarse con dignidad y cuidar a sus nietos sin preocupaciones. También le dio una carta que decía: “Ahora nos toca a nosotros cuidar de usted, como usted cuidó de nosotros.”
Pero ahí no terminó todo.
Santa Fe Klan se acercó con una sonrisa y agregó:
—Y porque esta escuela sembró los primeros sueños de muchos, hemos decidido apoyar en la renovación del patio escolar: vamos a colocar nuevos pisos, plantar árboles, construir techos para que los niños tengan sombra, y levantar un pequeño espacio conmemorativo llamado “El Rincón del Profe Ernesto”, donde cada generación podrá recordar lo que significa enseñar con amor.
Hubo un momento de silencio, seguido de una ovación que sacudió cada rincón del plantel. Los niños abrazaban al maestro, los maestros se secaban las lágrimas, y el profesor Ernesto… simplemente lloraba. No por tristeza, sino por una felicidad tan profunda que solo se puede sentir cuando la vida te devuelve, con creces, todo lo que diste sin esperar nada.
Desde aquel día, no solo cambió la vida del profe Ernesto. También cambió el alma de una escuela entera, donde ahora cada árbol, cada sombra y cada risa de niño guarda el eco de una lección imborrable: la gratitud también educa.